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Al noroccidente de Medellín, lejos del tráfico y cerca de la vida entre montañas, se encuentra el corregimiento de San Cristóbal.

Este lugar, conocido por su parque y una biblioteca que lleva el nombre de Fernando Botero -quien donó una escultura con forma de gato-, es la casa de varias escuelas de fútbol que buscan fomentar nuevas oportunidades desde el deporte.

Allí dio sus primeros pasos la fundación Fundaroca, un proyecto formativo que nació en Bogotá, pero que se cultivó en la zona rural de la capital antioqueña:

«Si bien el fútbol se mueve en todas partes, hay un afecto por esta ciudad, por los proyectos a nivel social«, comenta Kelly Zuluaga, directora de la fundación.

La escuela surgió en 2019 en manos de un empresario bogotano, quien inicialmente apoyó a otra institución deportiva, hasta que encontró un espacio para explorar el deporte desde sus ideales propios: «Él sentía que lo que quería no era únicamente sacar campeones, sino ofrecer un proceso integral«.

Su arraigo en el corregimiento fue rápido y, después un primer año teniendo la sede en un tercer piso, lograron el préstamo de su actual locación, una casa campestre donde se realizan trabajos de formación espiritual y se ofrece alimentación después de los entrenamientos.

Actualmente tienen 280 estudiantes divididos en siete categorías -igual número de entrenadores-, con edades que van desde los 5 hasta los 19 años: «Los niños han llegado del voz a voz y de la confianza, los papás buscan que sus hijos estén en buenas manos«.

El fútbol como pretexto

La integralidad a la que le apuesta Fundaroca abarca varias dimensiones que van más allá del deporte y se acercan a los contextos familiares y espirituales, procurando que los aprendizajes de la escuela escalen a los hogares:

«Buscamos sacar buenos futbolistas, pero que cuando se encuentren en situaciones que los pongan a prueba logren mostrar sus valores. Nosotros vemos el fútbol como un pretexto para lograr un fin«.

Los padres de familia también juegan un papel en la misión formativa, por lo cual la fundación ofrece escuelas de padres con espacios de asesoría familiar, fortalecimiento de habilidades para el mundo laboral e incluso acompañamiento en diligencias de salud, académicas y demás.

“Acá buscamos la integralidad, un ser humano que se ame a sí mismo, que conozca sus habilidades y sus límites, que comprenda la empatía”.

Lo anterior no deja de lado el compromiso deportivo, pues el equipo compite en diferentes campeonatos del corregimiento e incluso a nivel municipal, pero pone el foco en otros aspectos fundamentales, entendiendo que no todos los que integran la escuela llegarán al fútbol profesional.

Una de las anécdotas que cuenta Kelly está relacionada con los primeros meses de fundación, cuando las familias de los jóvenes deportistas  pedían que se les «vendiera» el número 7, el 9 o el 10: «Eso me parecía particular, pero les enseñamos a apropiarse de sus números y hacer que lograran la gloria con el 1 o el 300, porque por ahí van nuestras dorsales ya«.

Ahora, este proyecto es consciente del impacto que puede lograr desde el deporte, por lo cual está buscando expandirse a otras disciplinas como el baile urbajo y el ballet, con el fin de darle más espacio a las mujeres en su agenda.

Mientras tanto, seguirá estableciendo valores con firmeza como rocas en el espíritu deportivo de los jóvenes que llegaron a sus instalaciones buscando un lugar para entrenar y encontraron la puerta hacia el crecimiento integral.